Encrucijada

Hacía ya un buen trecho que la señal en la encrucijada le había anunciado la cercana proximidad de aquella población cuyo extraño nombre jamás había oído nombrar por aquellas tierras y se le antojaba en cierta forma hasta algo cómico. Después de más de media hora de marcha había consultado el mapa de carreteras en varias ocasiones y en ninguna de ellas acertó a descubrir su exacta ubicación geográfica; quizá fuera por su poco sentido de la orientación, o por su probada incapacidad para abrir aquellos replegados mapas que tanto odiaba, se dijo, pero lo cierto era que, después de otros cincuenta quilómetros de marcha por aquella carretera de cuarto orden, no acertaba a distinguir esas primeras edificaciones que pudieran chivatear su feliz aparición y, a juzgar por la interminable recta que seguía teniendo ante sí, no parecía que aquel pueblo tuviera intención de rendirse por fin ante su llegada.

Las primeras sombras del atardecer y el automatismo abúlico en el que había caído se apoderaron de él apenas sin darle tiempo; una recta infinita parecía conducirle a ninguna parte y comenzó a sentir una pesada opresión en el pecho que le atenazaba el ánimo a medida que la intranquilidad se hizo dueña de su mente. El vehículo hacía rugir el pequeño motor alimentándose de quilómetros inútiles, llevándole a ninguna parte, transportándole a un mundo donde el destino se hacía cada vez más lejano y siniestro. Quería parar y bajarse, sentarse junto al arcén y meditar las incoherencias de su extraña vivencia, pero sus músculos parecían haberse convertido en fieles siervos del acelerador negándose a responder a aquellos estímulos contrarios a seguir el inexplicable viaje. Fijó los ojos en el horizonte y no le extrañó que la noche cayera de pronto en el exterior mientras los faros del viejo Citröen cortaban su negra tela envuelto en el más pesado silencio.

***

Doris sabía que el fin de semana se le presentaba plenamente dedicado a la casa y los niños sin poder contar con la ayuda de Robert. Aquel viaje de trabajo le había roto todos sus planes. Los dos traviesos gemelos eran realmente absorbentes; dos manos no eran suficientes para contener su incontenible hiperactividad y estaba segura que en algún momento sus nervios estallarían. Por eso se dijo que debía ser cuidadosa y afrentar sola esos días siguientes con la templanza suficiente. Quitó los juguetes de las literas y comprobó que ambos estaban rendidos al sueño antes del salir del dormitorio y dirigirse al salón con la intención de tomarse un pequeño respiro al calor de la chimenea y la compañía de aquel licor de café que tanto le reconfortaba. Sacó la botella y la colocó sobre la mesita haciéndola acompañar de dos copas. Seguro que a Robert le gustaría también paladearlo a su lado cuando volviera…

***

El agente apagó el ordenador, dejó su informe encima de la mesa y tomó el teléfono marcando la extensión del comisario. El día había sido muy ajetreado y estaba realmente cansado. Seis horas de atestado, toma de muestras, declaraciones de testigos y demás papeleos habían sido suficientes para bajarle los humos con los que se había despertado esa mañana. Pero aún quedada el peor de los trabajos…

Señor –espetó-, ¿lo hace usted o lo hago yo?

Encárguese usted, Francis, por favor -contestó al otro lado la voz del jefe-, ya sabe que no puedo con estas cosas… Gracias.

Colgó el teléfono para volver a descolgarlo y marcó de mala gana el primer número que aparecía en los datos del informe…

¿Dígame…? –se oyó la voz pausada y somnolienta de la mujer…

***

El equipo había terminado su trabajo. Todo salió a la perfección; tras la extracción del corazón, aún palpitante, el trasplante fue todo un éxito y tan sólo cabía esperar que en los próximos días no se dieran en el paciente esos síntomas de rechazo que tanto temían y harían fracasar con seguridad el excelente trabajo quirúrgico que habían llevado a cabo, pese a haberse cerciorado previamente de su idoneidad biológica. Había sido una suerte que uno de los accidentados aún estuviera con vida y el otro conservara todavía respuestas vegetativas. En la sala ya sólo quedaban los dos cuerpos esperando ser destinados a lugares muy diferentes: uno a la esterilizada unidad de vigilancia intensiva, donde recibiría los máximos cuidados a la espera de reponer definitivamente sus signos vitales, y el otro al departamento donde permanecería etiquetado como “Núm. 017”, a la espera de su identificación y, finalmente, su disección y entrega a los familiares.

Creo que este ha sido mi trabajo más logrado hasta la fecha -dijo el cirujano a la enfermera jefe-, pero me ha impresionado la cara del donante…

A mí también, doctor -le contestó-… Quizás el rigor mortis le hacía tener ese rictus de recriminación y sorpresa en el rostro cuando se le estaba extrayendo el órgano…, como si nos lo echara en cara…

Bueno… No soy muy partidario de creer en cosas raras respecto de los muertos… Son leyendas para asustar a los niños. La muerte es el final del camino, amiga Sara…

***

Cuando quiso darse cuenta el golpe fue irremediable. Algo se había cruzado en la carretera y ni siquiera tuvo tiempo de tocar el pedal del freno. El vehículo dio tres bandazos y finalmente dos vueltas de campana que le lanzó al escarpado terreno donde finalmente el eje del volante se le incrustó violentamente en el pecho. En el asfalto, cerca del arcén contrario, yacía el cuerpo sangrante de un hombre agarrando con fuerza la correa de su fiel perro lamiéndole nervioso los labios y, entre lamido y lamido y las crines del lomo erizadas como espinos, enseña sus dientes envueltos en babas a un fantasma provisto de larga guadaña al que pretende hacer huir fuera de la carretera…

***

Entre aquella espesa oscuridad, siendo aún distantes, las primeras edificaciones le parecieron surgidas de un mal sueño. No eran casas, ni siquiera naves o cobertizos, sino grandes circos en cuyo interior pareciera borbotar algún extraño y espeso líquido ardiente a juzgar por el rojo reflejo que se proyectaba hacia al cielo. La velocidad del vehículo fue descendiendo y le permitió descifrar la frase que aparecía en la luminiscente señal de carreteras… “Bienvenido a Crematorio”

***

Perdón, señora –dijo Francis, ahogando un suspiro-… ¿Su marido se llama…?

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