La crisis del 29

Tengo que confesar que allí me sentía francamente incómodo. Enseguida noté que estaba de sobrado, que no era mi lugar natural, un ambiente cargado de enigmáticas discusiones que sólo hablaban de dinero y operaciones bursátiles, primas de riesgo, inversiones mobiliarias e inmobiliarias, import-export y cosas parecidas para mí ininteligibles. Lo mío era algo más prosaico, más rayano en la vulgaridad humana que en la inteligencia necesaria para los negocios y esas cosas tan complejas; por eso no llegaba a entender el cómo y porqué entre el maquetador y el cajista habían decidido colocarme al lado de aquella noticia tan tremebunda, (“PEOR QUE LA CRISIS DEL 29”, rezaba el titular en negrita), siendo, como soy, un vulgar reclamo de citas promiscuas. Quizá tenga algo que ver el gráfico que me acompaña. Y es que siempre pensé que un casi difuminado dibujo sugiriendo a alguien en pelotas no siempre es lo más adecuado para este tipo de cosas.

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