Como cada tarde, al despertar el tiempo de ocio que apenas te dedicas, cierras la oficina para orientar tus pasos hasta la Tienda de las Ilusiones y compras cien gramos de cariño sin preocuparte ya de las facciones que tengan las caras de sus donantes varones. Fuiste lastimosamente dura y efímera amante de cien caminantes, quizás fueran mil, otrora recalcitrante creyente de tu añorada belleza, ahora apaciguada hembra de cincuenta largos años echados al pozo del desencanto, y aún pretendes encontrar en el fondo del cucurucho recién adquirido el cálido beso del príncipe que haga despertar de nuevo aquellos deseos remotamente perdidos.
Insistes cada tarde después de las cinco y buscas la felicidad entre la coloreada multitud de unos blandos corazones; en la Tienda de las Ilusiones te conocen como la “Dama Chocha” y no se sorprenden por tu decisión cuando, de forma invariable, nada más entrar por la puerta, diriges la mirada al mismo compartimento de siempre para servirte con glotonería tu ansiada golosina. Pero no pierdes el tiempo en contemplaciones; pesas el producto, pasas por la caja y colocas en la arrugada mano de ese mancebo con cara de viejo diablo tus tres monedas y un gracias que zanjan la compra de unos pocos gramos de amor en conserva con voluptuosas formas de azucaradas chuches.
Fuiste esbelta y grácil, fuiste bella mujer un día y ahora te desprecias sin saberte valorar, mi «Dama Chocha«…
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