Percibió su esbelta silueta tras la verde cortina y, aunque muy delgada y los brazos algo desproporcionados, sintió de repente una atracción fatal. Se acercó lentamente, paso a paso, proponiéndole primero unos simples juegos de ligeras caricias y, después de varios abrazos y fervientes miradas, se abandonaron al juego final cayendo ambos en un placentero clímax.
Él no se lo pensó dos veces, se adhirió febrilmente a su cintura y la cópula fue para ambos una dulce e incomparable eternidad.
Después, cuando apenas quedaron los últimos restos, la mantis rezó una lenta plegaria y ahora lamenta juntando sus patas lo poco que dura la felicidad…, aunque fuera muy alimenticia.
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