Una de vampiros…

Mr. Primus no era un vampiro en el sentido más estricto de la palabra. No era un “chupasangres” al uso, pues tan solo vampirizaba a sus víctimas con sus ideas; les inculcaba constantemente inventados axiomas y consejos gratuitos, como aquellos de que “Hacienda somos todos”, “papá, usa el tren” o “si bebes, no conduzcas…”, por poner algunos pequeños ejemplos. Después, a tus espaldas, hacía de su capa un sayo y la hacienda era para él en exclusiva, usaba lujosos Mercedes blindados y conducía a 200 Km/hora más “mamado” que una esponja; pero claro, era Mr. Primus.

Mr. Primus usó todos los medios posibles para lograr la vampirización de los que después serían sus  más fieles acólitos, y lo hizo siempre con un sentido muy imperialista. La mayoría de la prensa, la radio y la televisión, temerosos de no entrar en el reparto de la jugosa tarta, se alinearon con él apoyando sus propósitos y, así, de esta forma, fueron legión los que sucumbieron y acabaron vistiendo sus hábitos para seguirle en única y verdadera religión.

Como te habrás imaginado, amable y vampirizado lector, después de estas laboriosas operaciones de marketing, pagadas –eso sí- con el dinero de sus propias víctimas, a  Mr. Primus no le costaba mucho absorber la sangre de sus conversos devotos.

No, no te lo imagines como el típico vampiro de las películas que de joven viste en ese antiguo cine de barrio; éste no usaba capa negra, carecía de esos largos colmillos y tampoco le hacía falta salir por las noches en busca de inocentes víctimas…, ni tan siquiera dormir en un vetusto ataúd de carcomida madera con tierra de Transilvania. No te extrañe; ya te he dicho que él no era un vampiro “al uso” y tenía sus propios métodos de alimentación asistida, sin dolor físico. Jamás hincó sus dientes en arterias importantes porque ello hubiera supuesto la muerte cerebral instantánea del parasitado; siempre mantenía al suministrador en “stand by”, y así la nutritiva succión estaba siempre a su disposición sin grandes costes financieros.

Pero, después de muchos, muchísimos años, ocurrió que un “suministrador” rebelde, Mr. Secundus, se alzó contra él y levantó a todos sus seguidores contra sus esclavizantes axiomas, y de esta rebelión surgió todo un ejército de libertos vampirizados que pasaron a rendir eterna pleitesía al nuevo líder. Secundus juró por su vida y honor que nunca jamás se volvería a vampirizar al pueblo, y su primera medida fue prohibir todos los medios de comunicación existentes, desde la emisora de radio más pequeña hasta el semanal menos influyente.

Sin embargo, amigo mío, los tiempos cambian…, y más las personas; algunos no se dieron cuenta al principio, pero, una vez alcanzado el poder, y después de ciertas dudas iniciales, Mr. Secundus acabó por degustar el salobre sabor por recaudar el sudor de sus prójimos a costa de utilizar otra idea no menos subyugante y vampírica: introdujo el miedo, la represión y la convicción de que la fuerza era el verdadero y único poder.

Bajo estas premisas, pues, trazó su plan; primero diezmó la población de su pueblo con matanzas y terribles hambrunas, para que sirviera de ejemplo. Niños, ancianos e indefensas mujeres fueron sus primeras víctimas; después, bajo el fuego del fusil, fueron cayendo aquellos pocos que podían suponer un “riesgo” grave para el sistema. No le hizo falta construir cárceles ni cementerios; tan solo los necesitaba muertos y que sus cuerpos se pudrieran en el mismo sitio en que cayeran para así alimentar la tierra sin necesidad de echar mano de los temidos y tóxicos nitratos químicos.

Como ves, era un fiel defensor de la agricultura ecológica, y no me negarás que el sistema era realmente limpio.

Pero, amigo…; quiso el paso del tiempo que de entre sus más fieros defensores surgiera un redentor, Mr. Tertius, quien convenció a lo más granado de su guardia pretoriana, urdió la traición y expulsó al dictador de su cómoda poltrona. Era un verdadero valiente, y te he de decir que fue él quien personalmente ejecutó la sentencia de muerte de aquel indecente caudillo, cortando su cabeza de un solo tajo con el filo de una vieja botella de Coca-cola, en honor al resurgimiento de una nueva era de progreso y consumismo.

Bueno; pues, como te decía, Tertius se erigió en cabeza de león de un pueblo oprimido, débil y sin aliento. Pensó que lo mejor era reinventar la prensa, la radio y la televisión, medios, como comprenderás, totalmente olvidados después de tantísimos años de oscurantismo y desinformación, y facilitó a todos los ciudadanos la posibilidad de adquirir bienes y disfrutar de un estado de bienestar fecundo y apacible.

Pasó cierto tiempo pero… no todo iba a ser felicidad, y ocurrió una desgracia que hizo cambiar radicalmente el carácter de Tertius. En un viaje a los Cárpatos, con ocasión de asistir a una cacería del oso pardo organizada por uno de sus magnates amigos, en honor a su trigésimo séptimo cumpleaños, fue mordido por un extraño bichejo con forma de negro murciélago que le inoculó un virus muy letal: el de la avaricia. Y así pasó que a los pocos días enfermó de fiebres purulentas y decidió vampirizar de nuevo a las aborregadas gentes de su muy amado pueblo.

Bueno; me presento: me llamo Mr. Cuartus y estoy pensando en derrocar a Tertius; se ha convertido en algo inadmisible y habrá que imponer la ley marcial… El pueblo debe ser liberado de este vampiro y librarse también de ese exceso de gentes que contamina el sistema.

Dicen que lo malo es lo único que se retroalimenta y se repite en el tiempo. Es posible…

¡Es el ciclo de la vida, amigo mío, y no la economía!..

… Por los siglos de los siglos…

-o-o-o-o-o-

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