Las matemáticas jamás se me dieron muy bien… Mejor dicho, no me gustaban, y además me parecieron muy sosas; aquello de que “el orden de los factores no altera el producto” me dejó sin aliento; aquel momento en que el profesor insistió en hacernos memorizar ese desalentador principio fue algo traumático para mí, como privarme de un juego subyugante, un puzle quizá.
Por eso elegí las letras; en ellas no impera el dichoso principio. Y es más: cuanto mayormente alteras sus factores y los haces interactuar entre sí, múltiples y curiosos matices pueden adornar los pensamientos que llegas a plasmar.
Es como la paleta del pintor, llena de cromatismos.
Ya sé que algún matemático se sentirá ofendido, pero no es ésa mi intención, y a buen seguro que me podrá dar cien mil razones para demostrarme que las ciencias puras son grandiosas. No lo dudo, pero admito que mi mente no está hecha para las cuadrículas, aunque sí las he usado, y mucho, como verás.
Ya tengo unos años, pero sigo curtiendo mi escaso tiempo con las palabras cruzadas del genial Ocón de Oro, Don Pedro, aquél mago de las palabras, definiciones, jeroglíficos y conceptos escondidos. Era todo un estado de nerviosismo esperar la aparición de su publicación mensual en aquellos ansiados cuadernillos que contenían todo un compendio de las letras y la sabiduría popular.
Era tenerlos en tus manos y devorarlos en los tiempos muertos de las clases del instituto…
No hacía falta abrirlo para pelearte con tu primer reto; ya en la tapa te encontrabas con un crucigrama: “Dícese del que es torpe y muy tardo en aprender… (palabra de cuatro letras)…; o aquella otra de “Medida de longitud, equivalente a un metro…” (palabra de tres letras); y en el cruce de ambas por la primera de sus letras surgía, milagrosamente, como por arte de ensalmo, una tercera palabra definida como “Hacer algo a alguien humillándole…” (palabra de siete letras).
Cada letra en su casilla, y una casilla para cada letra, como los famosos mosqueteros. La pena era que, cuando ya adquirías cierta experiencia, apenas te duraban una semana… Y eran difíciles, créetelo.
Jamás disfruté tanto como con aquellas diminutas enciclopedias… Me despertaron a todo un mundo lleno de ideas, conceptos, adjetivos, colores, sensaciones, historia,… y tantas cosas más.
Ya sabes: algunos nacen “sabidos” y otros “para saber”, y yo, a pesar de mi edad, aún sigo siendo de ese segundo sindicato.
A lo mejor estoy equivocado, y me dirás que soy un incongruente… pero creo que, en el fondo, soy un enamorado de las matemáticas, porque desde niño me encantó multiplicar con las palabras.
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